HISTORIA

CAFÉ VILLARÍAS / HISTORIA

HISTORIA

DE LA GUERRA AL EXILIO

El Café Villarías es algo más que un expendio de café; se trata de un espacio que refleja en todas sus paredes y esquinas la historia de aquellos hombres que fueron obligados a buscar nuevos horizontes, mismos en los que el tormento de la Guerra Civil permaneció presente y definió, completamente, la vida de esos a los que llamaron rojos.

Si bien lo anterior puede parecer, a simple vista, una aseveración un tanto exagerada, la verdad es que el Café no sólo manifiesta las peripecias de una familia exiliada a su llegada a México, sino que también es muestra de la lucha que esos refugiados mantuvieron una vez que su estancia en la tierra de acogida se hizo permanente.

A partir de lo anterior, el relato de la historia del Café y, por lo tanto, de la familia Villarías requiere detenerse en tres países –España, Francia y México- y en las andanzas de seis nombres –Leoncio padre, Juliana, Leoncio hijo, Julián, Juan y Diego- que no comparten únicamente el mismo apellido, sino también la voluntad de hacer posible que en la esquina de López y Ayuntamiento nunca cese el olor a café.

ESPAÑA

Hay una canción que sostiene, sin dejar lugar a dudas, que no hay en el norte de España tierra más linda que Santoña. Su belleza, declaran, recae en tres cosas: las olas que rompen en la playa, la Bahía y sus mujeres. Los dos primeros atributos mencionados permiten intuir que se trata de un pueblo directamente relacionado con el mar, y es que es en este en el que se centra la actividad principal de la villa, la pesca y la elaboración de anchoas.

En la esquina de las calles Juan José Ruano y Ortiz Otáñez, de la villa resguardada por el monte Buciero, se abrió, en 1897, la Fábrica de Conservas de Pescado Villarías. Tres sardinas entrelazadas se convirtieron en el logotipo de la empresa y, bajo el mismo, ésta se dedicó hasta 1937 al empacamiento de todo tipo de productos del mar que llegaban en grandes camiones sin otro tipo de soporte que el mismo vehículo.

La conservera era, más que nada, un negocio familiar y es que no sólo su fundador, Ignacio Villarías, se dedicaba a ella, sino que también lo hacían su mujer y sus dos hijos, Leoncio y Gregorio.

Desde temprana edad, este último, se interesó por la política, cosa que lo llevó a convertirse en Gobernador de Burgos y Concejal del Ayuntamiento de Santoña desde diferentes partidos republicanos, ideología a la que siempre fue fiel. Mientras tanto, y después de la prematura muerte de su primera esposa, Leoncio formó una familia al lado de Juliana Hedilla, con la que tuvo cinco hijos que disfrutaron de su niñez entre la plaza del pueblo y los grandes espacios de la fábrica.

FRANCIA

Una vez en Francia la familia se asentó en un puerto pesquero de Aquitania llamado San Juan de Luz donde, además de trabajar arduamente en las fábricas locales, tuvieron que empeñar algunas de sus pertenecías más preciadas para que el matrimonio y sus hijos pudieran alimentarse y, debido al clima, abrigarse. Después, al poco tiempo de su llegada, los hijos fueron enviados al colegio donde, poco a poco, aprendieron la lengua natal que les acompañaría en el recuerdo.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939 y el asedio nazi a Francia, la familia Villarías tuvo que buscar, de nuevo, un lugar para refugiarse. Así, el 23 de diciembre del mismo año, dejaron atrás el puerto de El Havre –en el noroeste de Francia- para subir a bordo del vapor De Grasse con destino a Nueva York y poder dejar atrás, aunque sólo fuera físicamente, los cruentos escenarios bélicos.

El trayecto -como la mayoría por los que pasaron los refugiados- fue largo, ya que una vez que arribaron a la Gran Manzana debían continuar en tren hasta cruzar la frontera con México y poder así dirigirse a lo que en ese momento era la cuna de refugiados españoles, Veracruz.

San Juan de Luz, Francia

MÉXICO

Luego de poco más de dos años y diferentes trabajos totalmente nuevos para ellos, la familia Villarías dejó Veracruz con destino a la Ciudad de México. Aquí, después de alojarse en una casa de huéspedes, se mudaron a un departamento en la calle de López del Centro Histórico, misma en la que, casualmente, se encontraban asentados tantos los negocios como las viviendas de un importante número de refugiados españoles.

Al poco tiempo de su llegada al nuevo hogar, dos de los hijos de Leoncio y Juliana -Leoncio y Juan- entraron a trabajar en un expendio de café llamado Cafemex, que se encontraba ubicado en la esquina de López y Ayuntamiento. Por razones que no trascendieron hasta estos días, el dueño del local se vio obligado a traspasarlo, Leoncio Villarías padre decidió adquirir el inmueble y cambiar así su experiencia en conservas de pescado por un negocio del que no conocía casi nada. Fue así como en 1942 se dio la fundación del Café Villarías y el cambio de las tres sardinas por tres granos de café.

En el nuevo negocio unieron esfuerzos cinco miembros de la familia: el matrimonio, formado por Leoncio y Juliana, y tres de sus hijos, Leoncio, Juan y Julián. A la par del ahínco para hacer prosperar el expendio, los Villarías iniciaron una serie de envíos periódicos de víveres a Europa, con la finalidad de apoyar a aquellos hombres y mujeres que se enfrentaban a los duros escenarios causados por la Segunda Guerra Mundial.

Fue tan importante y trascendente la tarea a la que se avocaron, que en el Café, actualmente, se conserva la máquina de coser que Juliana Hedilla utilizaba para confeccionar los costales en los que se guardaban los alimentos destinados a Europa.

Siete años después, en febrero de 1949, el padre de familia murió a los sesenta y tres años y su hijo Leoncio, acompañado de Juan y Julián, se hizo cargo del negocio. Los dos hermanos mayores se encargaron de las tareas administrativas del Café mientras que al menor, Julián -y debido a la enfermedad de los nervios que sufría- se le encomendó la labor de administrar una pequeña tienda de caramelos que, dentro del Café, servía para tranquilidad de su hermano Leoncio, que siempre buscó estar a su lado.

Con el paso del tiempo Julián y Juan se fueron distanciando del Café por motivos de salud y Leoncio Villarías decidió quedarse a cargo del negocio que había comprado su padre a su llegada al país de refugio, mismo que se convertiría no sólo en su nueva hogar, sino también en el de su esposa y sus dos hijos. Pese a que los tres hermanos compartían la misma ideología, fue Leoncio el que destacó por su participación en diversos actos políticos y culturales organizados por diversas instituciones del exilio, como fue el caso del Centro Republicano Español de México (CREM).

Esta asociación, creada en 1939, se distinguió por conformar un discurso que abogaba por lo que nunca antes se había tomado en cuenta en el marco del grupo refugiado en México, es decir, la necesidad de amalgamar las diferentes tendencias políticas de izquierda como única manera de estructurar un mecanismo que permitiera derrocar a la dictadura franquista.

El Centro, además de ser un ejemplo de las organizaciones políticas creadas desde el exilio, realizó incansables y numerosos homenajes tanto al país que acogió a los refugiados, como al hombre que apoyó desde el primer momento al gobierno de la Segunda República, Lázaro Cárdenas.

En 1966 el Centro abandonó su sede ubicada en la calle de Venustiano Carranza para establecerse en el que sería su último espacio formal, localizado en la calle de López nº 60, es decir, en la misma cuadra que el Café Villarías. En el mismo año en que ocurrió esto, Leoncio se hizo miembro de la asociación y un año más tarde, en junio de 1967, formó parte por primera vez de la Mesa Directiva bajo la presidencia de Jacinto Segovia. Debido a la proximidad entre el Café Villarías y el CREM, y el papel que Leoncio desempeñaba en el mismo, el Café pasó a convertirse, informalmente, en el Consulado de la República Española. Años más tarde, Leoncio se convirtió en presidente del CREM y en una entrevista enfatizó que:

"Por aquí han pasado muchos, pero muchos refugiados, Porque, claro, aparte de ser expendio de café, llevamos también los asuntos del Centro Republicano, y la gente nos conoce mucho, en cualquier parte. Inclusive en España. Este ha sido siempre un centro de reunión, ahora menos, desgraciadamente, porque muchos han desaparecido."
Lama Noriega, Felipe de la, Marta de la Lama Noriega, José Antonio Matesanz, Nosotros los refugiados, México, Porrúa, 2002. p. 18.

Cuando el hombre que dedicó la mayor parte de su vida al Café murió en el 2005, su hijo Diego se hizo cargo del negocio, poniendo en práctica lo que su padre le había enseñado y repitiendo así la historia de 1949. Es así como los visitantes encuentran el Café actualmente, han cambiado muy pocas cosas ya que mientras el hijo lee los periódicos de la misma forma en la que lo hacía su padre, los lentes de Leoncio Villarías descansan sobre la torre de libros que reunió a lo largo de sesenta y tres años.

DE LA GUERRA AL EXILIO

El Café Villarías es algo más que un expendio de café; se trata de un espacio que refleja en todas sus paredes y esquinas la historia de aquellos hombres que fueron obligados a buscar nuevos horizontes, mismos en los que el tormento de la Guerra Civil permaneció presente y definió, completamente, la vida de esos a los que llamaron rojos.

Si bien lo anterior puede parecer, a simple vista, una aseveración un tanto exagerada, la verdad es que el Café no sólo manifiesta las peripecias de una familia exiliada a su llegada a México, sino que también es muestra de la lucha que esos refugiados mantuvieron una vez que su estancia en la tierra de acogida se hizo permanente.

A partir de lo anterior, el relato de la historia del Café y, por lo tanto, de la familia Villarías requiere detenerse en tres países –España, Francia y México- y en las andanzas de seis nombres –Leoncio padre, Juliana, Leoncio hijo, Julián, Juan y Diego- que no comparten únicamente el mismo apellido, sino también la voluntad de hacer posible que en la esquina de López y Ayuntamiento nunca cese el olor a café.

ESPAÑA

Hay una canción que sostiene, sin dejar lugar a dudas, que no hay en el norte de España tierra más linda que Santoña. Su belleza, declaran, recae en tres cosas: las olas que rompen en la playa, la Bahía y sus mujeres. Los dos primeros atributos mencionados permiten intuir que se trata de un pueblo directamente relacionado con el mar, y es que es en este en el que se centra la actividad principal de la villa, la pesca y la elaboración de anchoas.

En la esquina de las calles Juan José Ruano y Ortiz Otáñez, de la villa resguardada por el monte Buciero, se abrió, en 1897, la Fábrica de Conservas de Pescado Villarías. Tres sardinas entrelazadas se convirtieron en el logotipo de la empresa y, bajo el mismo, ésta se dedicó hasta 1937 al empacamiento de todo tipo de productos del mar que llegaban en grandes camiones sin otro tipo de soporte que el mismo vehículo.

La conservera era, más que nada, un negocio familiar y es que no sólo su fundador, Ignacio Villarías, se dedicaba a ella, sino que también lo hacían su mujer y sus dos hijos, Leoncio y Gregorio.

Desde temprana edad, este último, se interesó por la política, cosa que lo llevó a convertirse en Gobernador de Burgos y Concejal del Ayuntamiento de Santoña desde diferentes partidos republicanos, ideología a la que siempre fue fiel. Mientras tanto, y después de la prematura muerte de su primera esposa, Leoncio formó una familia al lado de Juliana Hedilla, con la que tuvo cinco hijos que disfrutaron de su niñez entre la plaza del pueblo y los grandes espacios de la fábrica.

FRANCIA

Una vez en Francia la familia se asentó en un puerto pesquero de Aquitania llamado San Juan de Luz donde, además de trabajar arduamente en las fábricas locales, tuvieron que empeñar algunas de sus pertenecías más preciadas para que el matrimonio y sus hijos pudieran alimentarse y, debido al clima, abrigarse. Después, al poco tiempo de su llegada, los hijos fueron enviados al colegio donde, poco a poco, aprendieron la lengua natal que les acompañaría en el recuerdo.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939 y el asedio nazi a Francia, la familia Villarías tuvo que buscar, de nuevo, un lugar para refugiarse. Así, el 23 de diciembre del mismo año, dejaron atrás el puerto de El Havre –en el noroeste de Francia- para subir a bordo del vapor De Grasse con destino a Nueva York y poder dejar atrás, aunque sólo fuera físicamente, los cruentos escenarios bélicos.

El trayecto -como la mayoría por los que pasaron los refugiados- fue largo, ya que una vez que arribaron a la Gran Manzana debían continuar en tren hasta cruzar la frontera con México y poder así dirigirse a lo que en ese momento era la cuna de refugiados españoles, Veracruz.

San Juan de Luz, Francia

MÉXICO

Luego de poco más de dos años y diferentes trabajos totalmente nuevos para ellos, la familia Villarías dejó Veracruz con destino a la Ciudad de México. Aquí, después de alojarse en una casa de huéspedes, se mudaron a un departamento en la calle de López del Centro Histórico, misma en la que, casualmente, se encontraban asentados tantos los negocios como las viviendas de un importante número de refugiados españoles.

Al poco tiempo de su llegada al nuevo hogar, dos de los hijos de Leoncio y Juliana -Leoncio y Juan- entraron a trabajar en un expendio de café llamado Cafemex, que se encontraba ubicado en la esquina de López y Ayuntamiento. Por razones que no trascendieron hasta estos días, el dueño del local se vio obligado a traspasarlo, Leoncio Villarías padre decidió adquirir el inmueble y cambiar así su experiencia en conservas de pescado por un negocio del que no conocía casi nada. Fue así como en 1942 se dio la fundación del Café Villarías y el cambio de las tres sardinas por tres granos de café.

En el nuevo negocio unieron esfuerzos cinco miembros de la familia: el matrimonio, formado por Leoncio y Juliana, y tres de sus hijos, Leoncio, Juan y Julián. A la par del ahínco para hacer prosperar el expendio, los Villarías iniciaron una serie de envíos periódicos de víveres a Europa, con la finalidad de apoyar a aquellos hombres y mujeres que se enfrentaban a los duros escenarios causados por la Segunda Guerra Mundial.

Fue tan importante y trascendente la tarea a la que se avocaron, que en el Café, actualmente, se conserva la máquina de coser que Juliana Hedilla utilizaba para confeccionar los costales en los que se guardaban los alimentos destinados a Europa.

Siete años después, en febrero de 1949, el padre de familia murió a los sesenta y tres años y su hijo Leoncio, acompañado de Juan y Julián, se hizo cargo del negocio. Los dos hermanos mayores se encargaron de las tareas administrativas del Café mientras que al menor, Julián -y debido a la enfermedad de los nervios que sufría- se le encomendó la labor de administrar una pequeña tienda de caramelos que, dentro del Café, servía para tranquilidad de su hermano Leoncio, que siempre buscó estar a su lado.

Con el paso del tiempo Julián y Juan se fueron distanciando del Café por motivos de salud y Leoncio Villarías decidió quedarse a cargo del negocio que había comprado su padre a su llegada al país de refugio, mismo que se convertiría no sólo en su nueva hogar, sino también en el de su esposa y sus dos hijos. Pese a que los tres hermanos compartían la misma ideología, fue Leoncio el que destacó por su participación en diversos actos políticos y culturales organizados por diversas instituciones del exilio, como fue el caso del Centro Republicano Español de México (CREM).

Esta asociación, creada en 1939, se distinguió por conformar un discurso que abogaba por lo que nunca antes se había tomado en cuenta en el marco del grupo refugiado en México, es decir, la necesidad de amalgamar las diferentes tendencias políticas de izquierda como única manera de estructurar un mecanismo que permitiera derrocar a la dictadura franquista.

El Centro, además de ser un ejemplo de las organizaciones políticas creadas desde el exilio, realizó incansables y numerosos homenajes tanto al país que acogió a los refugiados, como al hombre que apoyó desde el primer momento al gobierno de la Segunda República, Lázaro Cárdenas.

En 1966 el Centro abandonó su sede ubicada en la calle de Venustiano Carranza para establecerse en el que sería su último espacio formal, localizado en la calle de López nº 60, es decir, en la misma cuadra que el Café Villarías. En el mismo año en que ocurrió esto, Leoncio se hizo miembro de la asociación y un año más tarde, en junio de 1967, formó parte por primera vez de la Mesa Directiva bajo la presidencia de Jacinto Segovia. Debido a la proximidad entre el Café Villarías y el CREM, y el papel que Leoncio desempeñaba en el mismo, el Café pasó a convertirse, informalmente, en el Consulado de la República Española. Años más tarde, Leoncio se convirtió en presidente del CREM y en una entrevista enfatizó que:

"Por aquí han pasado muchos, pero muchos refugiados, Porque, claro, aparte de ser expendio de café, llevamos también los asuntos del Centro Republicano, y la gente nos conoce mucho, en cualquier parte. Inclusive en España. Este ha sido siempre un centro de reunión, ahora menos, desgraciadamente, porque muchos han desaparecido."
Lama Noriega, Felipe de la, Marta de la Lama Noriega, José Antonio Matesanz, Nosotros los refugiados, México, Porrúa, 2002. p. 18.

Cuando el hombre que dedicó la mayor parte de su vida al Café murió en el 2005, su hijo Diego se hizo cargo del negocio, poniendo en práctica lo que su padre le había enseñado y repitiendo así la historia de 1949. Es así como los visitantes encuentran el Café actualmente, han cambiado muy pocas cosas ya que mientras el hijo lee los periódicos de la misma forma en la que lo hacía su padre, los lentes de Leoncio Villarías descansan sobre la torre de libros que reunió a lo largo de sesenta y tres años.